Hoy os quiero hablar de algo que leí hace unos días y me lleno de ternura. Se trata de una pequeña historia que me hizo pensar hasta donde nuestros niñ@s sufren nuestras ausencias.
Para situarnos, creo que coincidiréis conmigo en que una de las grandes preocupaciones nuestras es el tiempo. Necesitaríamos días de 30 horas, para hacer todo lo que querríamos, aunque lo que más nos gustaría sería poder dedicarles más tiempo a nuestros hijos.
En muchas ocasiones, y a pesar de haberlo criticado, hasta nosotros les llenamos de regalos para que ese «no estar con ellos» sea más llevadero. Pero realmente ellos, sobre todo a cierta edad, lo que quieren es estar con nosotros.
Bueno, pues una vez situados en el tema os contaré, en breves líneas, esa historia real…
La historia la contaba una directora de un colegio que, después de dar una de esas charlas que dan a los padres sobre cómo educar, insistía en la importancia de dedicarles más tiempo a nuestros niñ@s.
Así, al terminar la charla, se le acercó un padre un poco apesadumbrado y le contó como él, con pocos medios, intentaba solucionarlo.
El padre, le comentó, era viudo y vivía con su hijo de 8 años. Él, por razones de trabajo y turno laboral, se iba pronto de casa y volvía cuando su hijo ya estaba acostado, teniendo el corto fin de semana, únicamente, para pasarlo juntos.
Pero ellos tenían su truco, un pequeño secreto. Todas las noches, el padre llegaba a casa entraba en la habitación del niño, le daba un beso y hacía un nudo en la sábana. El niño nada más levantarse movía la sábana y, al ver que allí estaba su nudo, el nudo de su papá, se le encendía la cara, sabiendo que su papá, ni una sola noche por tarde que fuera, se olvidaba de él.
La directora contó esta historia a su profesora y quedó sorprendida cuando le dijo que era uno de los niños mejores de la clase, siempre atento y preocupado por los demás.
Como veis, se trata una historia sencilla y tierna, donde la confianza y el cariño son mucho más fuertes que el mejor de los regalos. El papá de nuestra historia encontró una forma de comunicarse con su hijo y lo mejor es que, para su hijo, aquel nudo valía mucho…
Cada uno podemos buscar nuestro nudo…
Eva, Teresa y Myriam.
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